Vivo en la montaña, bajo a la ciudad y qué me encuentro: maldad en los niños... Si no hay justicia no hay paz, y vuestro puto todo por la patria me hace vomitar; ¡escuchad! La ley subyuga, los pájaros se quieren fugar, no los niños ya no juegan por jugar... Trae ese ron es la canción, de los que saben que el dinero es la condena del hombre; en nombre de la muerte vino el hambre y se llevó a tres niños, y no, no eran los nietos del rey. Yo estoy más guapo callado, ¿vas a callarme tú con terrorismo de estado? ¿Te di permiso para fabricar bombas con mis impuestos? No. Pues entonces no lo llames democracia.
No hay justicia si la guerra está justificada, bajo el signo de la fábula crucificada; bajo la cruz justifican genocidios, y con la cruz golpean hasta el homicidio...
Cada vez más sordo, cada vez más loco, tan poco, estoy roto, pero por poco.
Cada vez más solo y cada vez más triste; cada vez más cadáver. ¿Quién coño resiste?
La privación sensorial es, en realidad, una forma de producir
monotonía extrema. Causa la pérdida de capacidades críticas, el
pensamiento es menos claro, el sujeto se queja por no poder ni siquiera
soñar despierto...
-No les dais miedo vosotros. Les da miedo lo que representáis para ellos.
-¿Ah, sí? Lo que representamos para ellos es que necesitamos un pelado.
-No. Lo que representáis para ellos es la libertad.
-¿Qué tiene de malo la libertad? Todo el mundo la quiere.
-Sí,
todo el mundo quiere ser libre, pero una cosa es hablar de ello y otra
muy diferente serlo. Es muy difícil ser libre cuando te compran y te
venden en un mercado. Claro que no les digas jamás que no son libres,
porque entonces se dedicarán a matar y mutilar para demostrar que lo
son. Sí, sí, están todo el día hablando y hablando de la libertad individual y
ven un individuo libre y se cagan de miedo.
El
templo llamado Irrelevancia está rodeado por una alta torre de marfil
habitada por tontos, payasos, hechiceros, médiums pederastas,
masturbadores mentales y memos ingenuos, que se arrodillan cada mañana
ante los sacerdotes del gran dios Vox Pópuli, y gritan sus alabanzas
mientras se tiran pedos y resoplan hasta que el más fétido de los humos
parece un perfume y el aroma de la mierda puede ser confundido con el de
la miel salvaje. (Hijo de la ira, 1972)
Llamadme Ismael. Hace unos años -no importa cuánto hace exactamente-, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo. Es un modo que tengo de echar fuera la melancolía y arreglar la circulación. Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un noviembre húmedo y lloviznoso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes; y, especialmente, cada vez que la hipocondria me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar metódicamente el sombrero a los transeúntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda. Es mi sustitutivo de la pistola y la bala.