Ellos



¿Qué es la felicidad?

La ausencia de miedo

















viernes, 4 de junio de 2010

Nueve Salingers

(...) Teddy lo miró de lleno por primera vez.
-¿Usted es poeta? -preguntó.
-¿Poeta? -dijo Nicholson-. No. Por desgracia, no. ¿Por qué lo preguntas?
-No sé. Los poetas se toman simpre el tiempo tan a pecho. Siempre están metiendo sus emociones en cosas que no tienen ninguna emoción.
Nicholson, sonriendo, metió la mano en un bolsillo de la chaqueta y sacó cigarrillos y fósforos.
-Yo creía más bien que era su material de trabajo -dijo-. ¿Acaso los poetas no se ocupan ante todo de las emociones?
Al parecer, Teddy no le había oído o no le escuchaba. Miraba abstraído hacia las dos chimeneas que dominaban la cubierta de deportes.
Nicholson encendió su cigarrillo con alguna dificultad porque soplaba una leve brisa del norte. Se apoyó en el respaqldo y dijo:
-Pienso que los dejaste bastante impresionados...
-Nada en la voz de la cigarra indica cuán pronto ha de morir -dijo Teddy de repente-. Nadie marcha por este camino en esta tarde de otoño.
-¿Que es eso? -preguntó Nicholson, sonriente-. Dilo de nuevo.
-Son dos poemas japoneses. No están llenos de cosas emocionales -dijo Teddy. De pronto se irguió en el asiento, inclinó la cabeza hacia la derecha y se dio una suave palmada en la oreja-. Todavía tengo un poco de agua en el oído que me entró ayer durante la clase de natación -dijo.
Dio otro par de palmadas a la oreja y luego se reclinó, descansando ambos brazos en la hamaca. Era, por supuesto, una hamaca normal, para adultos, y él se veía muy pequeño en ella, pero al mismo tiempo tenía un aspecto, incluso, sereno.
(...)
-Ojalá supiera por qué cree la gente que la emoción es tan importante -dijo Teddy-. Para mi madre y mi padre, una persona no es humana si no piensa que hay cantidad de cosas muy tristes o muy molestas o..., digamos, algo así como muy injustas. Mi padre se pone terriblemente emotivo hasta cuando lee el diario. Piensa que soy inhumano.
Nicholson sacudió la ceniza del cigarrillo a un lado.
-Supongo que tú no te emocionas -dijo.
Teddy pensó antes de contestar.
-No recuerdo haberme emocionado nunca -dijo-. No sé qué utilidad puede tener eso.
-Amas a Dios, ¿no es así? -preguntó Nicholson, con una calma un poco excesiva-. ¿No vendría a ser ése tu fuerte? Por lo que escuché en esa cinta y por lo que Al Babcock me...
-Sí, claro. Lo amo. Pero no lo amo sentimentalmente. Él jamás dijo que había que amarlo en forma sentimental -dijo Teddy-. Si yo fuera Dios, no querría que la gente me amara sentimentalmente. Los sentimientos no son dignos de confianza.
Teddy
Nueve cuentos (1953)

lunes, 24 de mayo de 2010

Que descanses

La mujer que dejaste viva, la aurora, te desnuda delante de todos. Abre los cajones y vende tus secretos. Dice que los mediocres necesitan entenderte. Supongo que ella también.
El making of inédito de Rayuela.
¿Qué te parece, Julio? ¡El making of, joder, qué manera de empezar!
¿La firma? El John Cruz, que escribe: Esas cartas serán ahora un libro que, según algunos entendidos, es mejor que la novela en la que la gente descubrió el genio diverso y divertido de este solitario de París que ya había sido solitario en Buenos Aires…
Genio, solitario, diverso, divertido. París. Buenos Aires, entendidos, mejor.
Todo eso sabe el cariñoso escritor que te ignora por muerto. El irrespetuoso. Pero siendo mayor no sabe que a la literatura no hay que entenderla, sólo sentirla. Las babas de su discurso le obstruyen el cerebro como al resto de famas pobres y cronopios ricos; exclusivos en su ceguera, en sus limitaciones.
Te ponen en pelotas para encontrar el por qué de Oliveira, de su estilo.
Pulen tus huesos por la pasta que no aparece con los nuevos, con los ingenieros de la escritura calculadora en mano.
Tiempos difíciles, Julio.
La mierda flota y sobrevive en descomposición, escritores, explicadores, y aquí huele huele.
A fondo quieren conocerte los gusanos que te comen veinticinco años después.

Dile a Rocamadour que no levanté su fría cabeza.
Dile a la Osita que respire profundo y se duerma de nuevo.
Quizás encuentren en alguna de esas cartas un rastro de mate, una r de más, pero el dolor y la belleza, los trucos buenos, se fueron contigo. Que se jodan. La maga pasa de psicólogos.

No voy a leer tus cartas.
No quiero entender ni saber el por qué.
Me da vergüenza.
No podría mirarte a los ojos nunca más.
No podría sentarme contigo como ahora. Fumar y dejar que los conejitos verdes salgan haciéndome cosquillas en la garganta. Y Jazz.
…con muchachas que prefieren bailar mientras escuchan Star Dust o When your man is going to put you down, y huelen despacio y dulcemente a perfume y a piel y a calor, se dejan besar cuando es tarde y alguien ha puesto The blues with a feeling y casi no se baila, solamente se está de pie, balanceándose, y todo es turbio y sucio y canalla y cada hombre quisiera arrancar esos corpiños tibios mientras las manos acarician una espalda y las muchachas tienen la boca entreabierta y se van dando al miedo delicioso y a la noche, entonces sube una trompeta poseyéndolas por todos los hombres, tomándolas con una sola frase caliente que las deja caer como una planta cortada entre los brazos de los compañeros, y hay una inmóvil carrera, un salto al aire de la noche, sobre la ciudad…

Buenas noches Julio. Que descanses.

jueves, 6 de mayo de 2010

Prometo ser

(...)
El poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos. Todas las formas de amor, de sufrimiento, de locura; busca por sí mismo, agota en sí todos los venenos, para no quedarse sino con sus quintaesencias. Inefable tortura en la que necesita de toda la fe, de toda la fuerza sobrehumana, por la que se convierte entre todos en el enfermo grave, el gran criminal, el gran maldito, -¡y el supremo Sabio!- ¡Porque alcanza lo desconocido! ¡Porque se ha cultivado el alma, ya rica, más que ningún otro! Alcanza lo desconocido y, aunque, enloquecido, acabara perdiendo la inteligencia de sus visiones, ¡él las ha visto! Que reviente saltando hacia cosas inauditas o innombrables: ya vendrán otros horribles trabajadores; empezarán a partir de los horizontes en los que el otro se desplomó. (...)
Carta a Paul Demeny (Charleville 15 de mayo de 1871)
Prometo ser bueno: cartas completas (ed. Barril y Barral