Al pronunciar en voz alta la palabra conciencia, le impresionó. Pareció penetrar su mente de forma extraña, y dominar sus pensamientos a partir de aquel momento, sin que tuviera una idea clara y definida de su significado. Si alguien le hubiera preguntadoqué era la conciencia, no habría sabido definirla correctamente y ni siquiera habría logrado explicar su sentido por medio de comparaciones.
Empezó a discutir consigo mismo:
-Desearía saber si la conciencia es capaz de hacerme alguna jugarreta. Asesinar es lo peor que puede hacer un hombre de acuerdo con los libros y con los sermones dichos desde el púlpito; su existencia debía ponerse de manifiesto ahora, pero no ocurre así. De hecho, yo nunca he oído que al verdugo que ha ahorcado a un criminal le moleste la conciencia. Lo único que pasa es que mueven una palanca, la trampa cae y, ¡bang!, el pobre diablo queda colgado por el cuello y ncon los pies al aire. Otras veces y en otros lugares, los celadores presionan un botón y el pobre tipo a quien tienen atado a la silla sufre un choque y se encuentra al diablo en el dintel, esperándolo con una banda de música.
>>Pero yo no me veré en ésas.
>>Los muchachos que mataron a un buen número de heinies durante la guerra cuentan que después de una matanza a gran escala, la conciencia no les molestaba, ni les producía pesadillas, ni les quitaba el apetito. ¿Conciencia? ¡Bah, mentira, eso no existe! ¿Por qué me voy a estremecer entonces y a sentir malestar en el estómago por haber matado a una rata? Lo único que deseo es que esté bien muerto. De otro modo la conciencia podría saltar e importunarme.
>>Sí, claro que la conciencia existe, sí, y en gran cantidad. Y se deja sentir cuando nos pillan y tenemos que pasar veinte años bajo llave. Nada agradable, desde luego; nos molestará aún más si nos vemos obligados a esperar una larga semana para que Dios tenga por nuestra alma la piedad que se le ha pedido en el momento de ser sentenciados por el juez.
>> Alguien me ha dicho que el tipo a quien uno ha matado suele aparecerse antes de medianoche y producirnos con su presencia un escalofrío desagradable.
>>¿Qué hora es? ¡Uf! Sólo las once y media; todavía falta media hora.
(...)
>>Conciencia, volvió a repetirse. ¡Conciencia! ¡Qué cosas ocurren cuando se cree en su existencia! Empieza a acosarnos y a hacernos ver el infierno. En cambio, no creyendo en ella, ¿qué puede ocurrir? Y yo creo en ella tanto como puedo creer en el infierno. Bueno, ya es hora de dormir, tanto pensar en tonterías acabará por sentarme mal.
El tesoro de Sierra Madre (1927)