(...) Magda se durmió. Rey se desveló. Al fin tuvo que botarse una paja él solito. Puso la mano izquierda sobre las nalgas de Magda, y eso fue suficiente para descranearse un poco. Magda dormida boca abajo ni se enteró. Enseguida Rey tuvo su orgasmo y emtonces pudo controlarse y dormir.
Cuando despertó al día siguiente, Magda se había marchado. La puerta estaba abierta. "¿Qué le pasará a esta loca? Está en alguna volá extraña y no quiere que yo lo sepa", pensó. Se quedó un rato remoloneando en la colchoneta, con la tripa pegada al espinazo, como siempre. Ésos eran sus entretenimientos favoritos: nada que hacer, remolonear, dar vueltas y más vueltas, dejar que el tiempo pase, y tener hambre. "La única propiedad del pobre es el hambre", decía su abuela cuando aún hablaba. Desde pequeño le enseñaron a no darle importancia a esa propiedad. Hacer como si no existiera. "Olvídate del hambre porque porque no hay nada que comer", le gritaba su madre siempre, todos los días, a cualquier hora (...)
El Rey de La Habana (Ed. Anagrama, 1999)