Ya sabía que era él cuando sonó el teléfono, me dije: algo le ha vuelto a suceder, algo ha pasado y ahí lo tienes. No pensé que llamaba para saber de mí, de cómo estaba después de la gripe que me tuvo en cama, en esta misma cama, cinco días. No. Sonó el teléfono y pensé: llama para pedirte ayuda, llama porque necesita a su madre y su dinero. Así que antes del tercer tono ya lo había descolgado. Aníbal me miraba desde su sofá y su luz y su periódico. Levantó la ceja derecha y supe que aquella llamada, una vez más, le disgustaba. ¿Pero qué podía hacer yo, negarle ayuda a mi hijo? (...)
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