(...) Los hechos de los hombres no tienen valor trascendente. Hacen cosas para engañar y entretener la espera, para anestesiar su pánico o ennoblecer su estupidez. Y en tanto ese hilo del tiempo, indiferente, tenso y brillante, devanándose en su bobina, recogiéndose, y atrapando, pegado a él, como un cazamoscas engomado, a los hombres y llevándoselos consigo.
(...) La vida, mi vida por lo menos, es mucho más que respirar aire, registrar la luz o caer en el sueño de una blanda cama para despertar a las claridades de la mañana siguiente. Hay en mí una fuerza terrible que me empuja hacia afuera, a asir con mis manos las cosas que me rodean; no a tocarlas y poseerlas, sino a integrarlas en una sola masa y destruirlas para dejar el paisaje como una gran llanura. Me gustan muchas cosas: me gustaría reír bien, perfectamente, no a la manera de idiota o animal como ustedes lo hacen, pero no tengo en mí clase de risa (...) Usted me mira, me mira idiotamente, y no me comprende. Y esta es la larga injusticia de la Tierra: que los muertos, los que no tienen razón de ser, ustedes, se estén comiendo el pan de los vivos, nos tengan arrinconados en las peores guaridas y, además, hayamos de aguantar sus risas y desprecios...
La persecución (Cuatro relatos, 1968)
1 comentario:
Sabía que Isaac de Vega te hacía tilín.
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