(...)
Seguía a Marcel, eso era todo, contenta de saber que alguien la necesitaba. La única alegría que él le daba era la de saberse necesaria. Sin duda alguna él no la quería. Ni siquiera el amor rencoroso tiene ese rostro ceñudo. ¿Pero cuál es su rostro? Se amaban en la noche, sin verse, a tientas. ¿Existe otro amor que no sea el de las tinieblas, existe un amor que grite a plena luz del día? No lo sabía, pero sabía que Marcel la necesitaba y que ella necesitaba aquella necesidad, que de ello vivía noche y día, sobre todo por la noche, cada noche, cuando él no quería estar solo, ni envejecer, ni morir, con aquel aire obtuso que adoptaba y que ella reconocía a veces en los rostros de otros hombres, el único rasgo común a todos aquellos locos que se camuflan bajo talantes razonables, hasta que les atrapa el delirio y les arroja desesperadamente hacia un cuerpo de mujer paa enterrar en él, sin deseo, todo lo que tienen de espantoso la soledad y la noche.La mujer adúltera
(El exilio y el reino. Alianza editorial)
3 comentarios:
Bueno, Jose, confío es que escribas un artículo sobre lo que ha sucedido hoy en el Ayuntamiento de Santa Cruz y la bombita creada por nuestro Dr. Strangelove particular: Miguelito Zerolo. Un saludo.
Hola Benito. La verdad es que hay cierta basura en donde no me gusta meter la nariz, sobre todo porque ha sido elegida por los mismos que ahora se quejan de ella, pero quizás en esta ocasión sí que escriba algo, y puede ser que lo titule: Murciélagos.
Un abrazo.
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