
Un hombre con paraguas es, sobre todo, un hombre seguro. Parado en un paso de peatones ante un semáforo que, insensato, no lo deja pasar; o hablando con su móvil bajo un árbol que con el viento suelta hojas que a él no tocan; o clavado ante un escaparate donde sólo ve su reflejo perfecto, digno, con paraguas.
Un hombre con paraguas negro que baila entre sus dedos y que no abre, que apenas se balancea en su mano como prueba de que está ahí pero que no hará falta, porque la seguridad para él es eso, estar sin estar, usar sin usar.
Un hombre con paraguas que llega a casa y siente un calor especial que le recorre el cuerpo, un calor seguro. Con la mano derecha se suelta la corbata, y en la izquierda el paraguas le hace las últimas cosquillas del penúltimo baile. Tres días de lluvia dijeron en el telediario. Se quita los zapatos y se deja caer en el sillón. Hasta mañana, paraguas, que descanses.