Ellos



¿Qué es la felicidad?

La ausencia de miedo

















martes, 26 de julio de 2011

La gota


(...) Vuelvo a mirar tus ojos de buey manso y aspiro el humo del tabaco cuando el vientre de la noche se derrama con el negro profundo de sus poderes.
La frase no queda mal del todo.
Mordí la punta trasera del bolígrafo y me dispuse a continuar.
Debo hacer ya una referencia directa al personaje, despué volveré sobre la descripción ambiental.
En ese momento observé la tercera gota de sangre sobre el folio. La mancha era más aparatosa que ninguna de la anteriores: se abría hacia los lados y cubría un espacio tan grande como una moneda.
Mi sobresalto se contagió de un nerviosismo que no pude superar. Tiré el bolígrafo encima de la mesa, arrastré la silla hacia atrás y me levanté profundamente crispado.
La gota volvía a sumirse dejando los residuos sanguinolentos de la huella.
Miré hacia todas partes agobiado por palpitaciones violentas.
Recorrí mi cuarto, encendí todas las luces.
El silencio exaltaba las contracciones de mi respiración.
Fui hacia la puerta y, al intentar abrirla, comprobé que estaba cerrada por fuera.
Volví sobre el escritorio y mis ojos penetraron la desmantelada montaña de folios escritos donde Robert circulaba a través de capítulos llenos de tensión y oscuridades.
Y fue entonces cuando me di cuenta de que yo podía ser el personaje de una historia que alguien estaba escribiendo.

Los Temores Ocultos (1973)
Luis Mateo Díez

lunes, 25 de julio de 2011

Falúa de pecados

Foto: JRamallo

El vendaval hace bailar a la llovizna la danza del vientre. Las ramas de los matos en la calleja del Tanque, barrio de La Maldad, se suman a la coreografía. Isadora Duncan ¿adónde te fuiste después de oír versos rusos en Moscú?... No quiero pensar lo que ocurre en el Gran Canal. El monstruo del barranco me llama pero no acudo. Despierto, como ayer, a la una de la madrugada. Había soñado que, en un lugar extranjero, una tortuga escribía poemas que firmaba como "Baudelaire". Eran poemas preciosos. Lástima que no me acuerde de ninguno. El Godo, el amigo amante de Berto, quería apropiárselos. Se alió con mi hermana para sacarle ganancias a esos poemas, como si fueran suyos. La poesía, como dijo Baudelaire en su tiempo, sí que obtiene beneficios económicos. No la poesía de paquete mojado, sino la poesía que no pudo hacer el licenciado Vidrieras, del pobre Cervantes el manco de Lepanto. La tortuga había tomado sus medidas. El Godo y la linda hermana quedaron atrapados en una línea magnética. Un sueño de ciencia ficción. Realidad soñada después que desperté. Me está contagiando la lectura de Unamuno. Tomás de Quincey se alía con Unamuno, en contra del encefálico Ortega y Gasset. Los mejores filósofos son los obreros. Y los barman sobre todos ellos. Me visto, me calzo los zapatos y me alegra esta noche tener coche, aunque sea el que me hizo comprar la que hoy vive en Bajamar. En Bajamar también vive el Brujo. Hoy fui a visitarlo. Después de dejar a los hermanos judíos y al cuervo testigo de nuestro judaísmo. Sus barcos son preciosos, los del Brujo. Me recibió su perro pequeño, malencarado, uno que atacaba a Thor cuando el Brujo vivía en San Andrés. Atacaba a las partes blandas del hoy desaparecido Thor, el encorajinado perrito del Brujo, con las orejas en punta y sus colmillos de drácula. El Brujo me franqueó la puerta. Los barcos que ha construido son una maravilla. "¿En cuánto venderías ese galeón?", le pregunto. Es la consecuencia de volverse uno judío, a la menor oportunidad ya está uno hablando de compraventas. "No lo vendo", dice el Brujo. "Estuve trabajándolo cuatro meses". Cuando me estoy despidiendo, el perro menudo me clava los dientes en una pierna. Puto hijo de perra. Menos mal que el pantalón es de tela vaquera, americana, obamística. La llovizna me acompaña en el viaje de regreso. Blanca luna negra noche. Me acuesto y me despierto a la una de la madrugada. Cojo el coche y voy a San Andrés. A refrescar la memoria. Mi padre se muere como un perro. Lo acosaron, lo echaron de su casa, y él, amador de su hija, lo tuvo todo por bien. Morirá lejos de su casa, donde quiso morir. No sé si morirá solo o alguno de nosotros le cerrará los ojos después del último minuto. Nada que reprochar. Nada de tirar piedras. ¿Acaso está uno libre de pecados? No. Una falúa de pecados. Mi hermana lo convenció de que estoy loco. No le dijo mentiras. Estoy más cuerdo que ella, pero estoy loco.En el viaje a San Andrés rememoro el programa de hoy. La imagen es la música de Jimi Hendrix una noche en la rambla en S/c, cuando en S/c existían el gallito, las garbanzas de madrugada y las humanos pensamientos eran como flores esperando su abeja. En el bar Castillo: Urko, Jose, Diego, David mi primo... y Pepe, el barman filósofo. Jose me reclama que salga con él a la muralla, por fuera del Castillo.

--¿No sabes lo que pasó en el pueblo? ¿No te has enterado?

--No.

--A Ana Rosa, la abuela de Chani, le dio un infarto.

--Sí, ya lo sé. Ya está otra vez en su casa.

--¿Y por qué me dices que no si ya lo sabías?... ¿No tienes una puntita?

--No, Jose, no tengo nada.

Otra vez dentro, junto a la barra, Urko añora su Bilbao natal.

--Allí somos fuertes porque estamos unidos... en cambio, aquí, Jose, ¿aquí?... Yo llevo once años aquí, y ¿sabes por qué me vine?... porque estaba cansado de tener en Bilbao un montón de amigos...

--Aquí somos una puta mierda.

--Pobrecita Canarias --dice Diego.

--Vengamos de donde vengamos, somos lo que somos --dice Ramón, el cocinero de...

--En Cataluña y en Vasconia... --sentencia el barman filósofo.

El viento hace que la llovizna baile la danza del vientre, desde el mamotreto, pasando por el castillo y llegando a la muralla, frente al bar Castillo...

Jesús Castellano

viernes, 22 de julio de 2011

Lucian Freud



"Quiero que mi pintura funcione como carne.

Para mí, la pintura es la persona. Que ejerce sobre mi mismo un idéntico efecto que la carne".



miércoles, 20 de julio de 2011

Pláticas del porvenir

Foto: JRamallo

Yo estaba en mi pueblo, sentado y mirando la mar en su jugueteo de olas por la playa. Me encontraba en un extremo del paseo, en un local con terraza cubierta por un tinglado de lona para aguantar mejor las horas de fuerte soleo. Era como de un tiempo mucho antes de yo nacer allí. Un pueblo que sólo podía reconocer por las viejas fotos de Panchito. En aquel sitio charlaba con otros, sentados a ambos lados de mi banco. Hablábamos cosas de hombres en una tertulia de hombres; cosas del trabajo y de aquellos tiempos duros y polvorientos. De pronto, la marea había subido tanto que ya cubría toda la arena, y el agua tropezaba contra el muro de protección para aquellas grandes crecidas de septiembre. El que estaba a mi derecha empezó a hablar de la forma en que habían construido aquel muro. Decía no sé qué del encofrado y de las piedras de barranco que le habían metido para aprovechar el poco material. También hablaba de la armazón con unos hierros retorcidos sacados de una galería abandonada, que los cruzaban entre sí para reforzarlo. Su conversación era amable e ilustrada de palabras propias de aquel oficio. Luego, el de mi izquierda me llamó la atención hablándome de otros asuntos, y, a disgusto, perdí el rastro de aquella otra plática que me interesaba mucho más. Cuando volví sobre mi derecha, el hombre seguía hablando de otras cosas, pero sus palabras eran igualmente amenas e inteligentes. Comenzamos a conversar juntos en un tono que nos agradaba a ambos hasta que finalmente el hombre se tuvo que marchar. Al levantarse quise despedirme, llamándolo y tendiéndole la mano. De pronto, él giró sobre sí mismo ofreciéndome a la vista el otro lado de su cuerpo. Estaba casi todo él horriblemente mortificado y deforme; en la cara, en el cuello y brazo, en la pierna. Todo como de quemaduras y turgencias de alguna clase de viruela que hasta llegara a alcanzar músculos y huesos. Debió imaginar algo de mi grado de estupor y repugnancia. A continuación, dijo –¿Estás seguro que quieres darme la mano? –Y allí quedé yo, con mi brazo colgando en el aire, mientras él se marchaba con su parte mala arrastrando a la buena. En la doblez de la vida, más allá de conveniencias y fingimientos.

Herar Cuervo

lunes, 18 de julio de 2011

Querida funcionaria

foto: JRamallo

Suelta el móvil.
Tócate, mueve los dedos, carga pilas en el dildo doble acción de látex hipoalergénico; mata a tu triste marido, córtale eso que cuelga entre sus piernas, lo que usa para ensuciar el baño, lo flojo, lo feo… deja de beber agua en las comidas, vino, vino por encima, en la cara, el pecho, grita burbujas rojas mientras tu mano deja de persignarse como norma; fuma, pero sin apretar los labios, la boca entreabierta, relajada, que el humo te haga cosquillas: siéntelas, recuérdalas… come, perdona hoy tu anorexia, olvida la bulimia, no vomites después, hazlo antes, traga sin miedo, remordimientos o culpas, perra malcriada, tu dios no mira, está de vacaciones, como tú, con aire acondicionado en la nuca.
Deja de tener niños, futuros autómatas grises, ladillas; agarra a ese negro y folla por placer, perdón, haz el amor con ese hombre de color, tu racismo no se resentirá con sus veinte centímetros de afecto; mantequilla.
Sé feliz, querida, tira la agenda, anula tus citas, compromisos, eventos: pedicura, depilación, tinte; terapia de grupo en chalet con caballos, cumpleaños de ¿amigas?
Olvida que perteneces a otra especie, porque es mentira, en serio, no bromeo, te pudres como yo, te lo aseguro, el reiki y el botox no te salvarán…

-Adiós, buenos días

lunes, 11 de julio de 2011

La pose del artista

Una lectura de los suplementos culturales de nuestros diarios de mayor tirada revela el creciente predominio del llamado periodismo literario sobre la reflexión crítica. Mientras en el periodo de la Transición democrática escuchábamos voces rebeldes al conformismo impuesto por la Iglesia y la dictadura, parece que esas voces se hayan ido apagando y reine de nuevo el canon de lo social y comercialmente correcto. Reseñas inocuas que nada dicen del libro que supuestamente analizan, entrevistas extensas a autores en las que estos nos explican su obra (como si esta no hablara por sí misma), anécdotas y más anécdotas vividas o escuchadas por el vivaz periodista de turno. Una comprobación se impone: lo importante es el autor y no la obra. Esta nos debe ser comentada en vez de ser leída.


Juan Goytisolo

sábado, 9 de julio de 2011

La Laguna

Ciudad de cartón-piedra donde los especuladores juegan con los términos rehabilitar y restaurar, según sea su interés o el bolsillo que llenan.


La Laguna, junio 2011

jueves, 7 de julio de 2011

Desviar, desconcertar, descodificar...

Lenta pero tenazmente, desde que en 1996 comenzara sus andanzas como “colectivo de trabajadores culturales”, La Felguera, gestora también de una revista, se ha hecho un hueco en la vanguardia del frente editorial contracultural que Virus desde Barcelona y Pepitas de Calabaza en Logroño, entre otros, sostienen en activo en España. Dicen hacer lo que hacen por el simple placer de hacerlo, y encima les cuadran los números. Hablamos con su corresponsable Servando Rocha (1974), autor de uno de los más sonados tomos del catálogo de esta editorial madrileña, Historia de un Incendio, complemento idóneo de Rastros de Carmín, y antiguo miembro de Muletrain.

Servando Rocha

La Felguera Editores

lunes, 4 de julio de 2011