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¿Qué es la felicidad?

La ausencia de miedo

















miércoles, 19 de marzo de 2014

¿Dinero? ¿Fama? Destrucción



-Dígame, doc, ¿ha escrito usted alguna vez un libro?

-¿Yo?... ¿Un libro?... ¿Acerca de qué?

-Bien, pues, un libro acerca de lo que usted ha visto, experimentado, y pensado aquí, sobre lo que la vasta selva le ha dicho y sobre sus impresiones acerca de esta vida solitaria y recluida.

-Sí, he escrito un libro. De hecho he escrito varios libros.

-¿Y publicado?

-No, jamás ofrecí alguno a los editores. ¿Por qué había de hacerlo? No me importa lo que digan o piensen las gentes que se dicen bibliófilas. ¿Por qué he de poner mis libros en sus manos? Ellos tienen libros magníficos que nunca han leído, ¿para qué darles más?

-Usted podría publicar sus libros simplemente para ganar dinero.

-¿Dinero? ¿Dinero por mis libros? ¡No! Además, yo tengo suficiente dinero para vivir del modo que vivo. ¿Para qué he de querer más? ¡Para qué, dígame!

-Está bien. Comprendo que en su forma de vida no necesite dinero. Pero podría hacerse famoso.

-¿Famoso, dijo usted? No sea ingenuo, Gales. ¿Fama? ¿Y qué es la fama después de todo? ¡Una molestia! ¡Sí! Del cielo al infierno. Como lo oye. Hoy soy famoso. Mi nombre aparece en todos los periódicos del mundo, en primera plana. Mañana, quizás ni cincuenta personas sabrán escribir mi nombre correctamente. Ya pasado mañana, puedo morirme de hambre y a nadie le interesa. Eso es lo que llaman fama. Usted no debería usar esa palabra, Gales. ¡Usted, no! Claro, existe otra clase de fama –gloria-, la que llega después de muerto, ya cuando nadie sabe en dónde se están blanqueando sus huesos. Y ésa ya ¿de qué le sirve? No, Gales, fama es una palabra que a mí no me gusta. Es sinónimo de basura.

-¿Y qué ha hecho usted con los libros que ha escrito?

-Después de leerlos varias veces cada uno, de revisarlos y corregirlos hasta comprobar su perfección, los he destruido.

-¿Qué? ¿Pero qué cosa ha hecho usted? ¿Ha destruido obras que consideraba perfectas?

-Eso es exactamente lo que he hecho. Suponga usted que algún día, después de mi muerte, alguien encontrara los manuscritos y los publicara. Entonces yo regresaría a este mundo, pues estaría viviendo en las palabras de mis obras. Pero el caso es que una vez que haya partido de esta tierra no deseo regresar ni en envoltura humana o animal, ni bajo la apariencia de un fantasma, ni en ninguna otra forma.

-¡Qué lástima que haya usted destruido esos libros! Si por lo menos a mí me hubiera sido dada la gran oportunidad de leerlos antes de que usted los destruyera?

-Si los tuviera todavía, no dejaría que usted los leyera. No me habría gustado. Los he devuelto a la eternidad de donde vinieron. Mi querido Gales, usted no sabe la felicidad que un hombre experimenta cuando destruye algo que considera perfecto. La dicha de destruir mis libros es sólo comparable a la de escribirlos y leerlos. Precisamente el mal de los humanos consiste en que no destruyen lo bastante, dando con este acto cabida a cosas y sistemas absolutamente nuevos y quizás infinitamente superiores a los destruidos. Al final de cada guerra catastrófica, surgen nuevos inventos y nuevas ideas se ponen en práctica, cosas ambas que tal vez quedarían ignoradas para la raza humana durante periodos larguísimos, si la guerra destructora no abriera nuevos espacios para ellas.

Frecuentemente me doy a pensar cuán diferentes serían nuestras artes, nuestras técnicas, nuestros pensamientos, si todo lo hecho por el hombre, digamos hasta el siglo XVII, hubiera sido destruido por una gran catástrofe; destruido en forma tan absoluta que ningún humano pudiera recordar el aspecto que tenía una rueda de carreta o si la Venus de Milo había sido una pintura, un poema o la quilla de un barco, y si las democracias o las monarquías habían sido nombres de comestibles o campanas de algún templo. Si quiere saber mi opinión, le diré que tengo el convencimiento de que el mundo sería un lugar cien veces mejor si los hombres, de vez en cuando, tuvieran oportunidad de apartarse de la historia y de las tradiciones y perder la memoria de cuanto se relaciona con el pasado.


foto: Sombrita
Texto: Traven Torsvan
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