Toma té y lee. En el libro una cita que lo pone en alerta, saca su bolígrafo barato y subraya: "Victor Hugo decía algo así como que la revolución es pasar de la representación a la verdad, digamos que es tirar el caparazón con el que te adornas y mostrarte con orgullo; convertir en explícita tu fragilidad, sacar a la luz el rencor de quien se ha quedado atrás o abajo, hacer aparecer la violencia latente". Otro sorbito de té y la violencia latente dando vueltas alrededor del calor que le baja por la garganta.
Basil mira a su alrededor intentado destripar en poco tiempo todas las realidades que se juntan en el bar: sola, cuarenta años, zumo de fresa y naranja, pelo sucio y mal cuidado, divorciada con miedo al desconocido, no mira de frente, perrita a la que han maltratado. Rubio alto guapo y seguro de sí mismo, traje gris corbata vino. La camisa por dentro del pantalón, cinturón en su sitio y toquecito al móvil que no vibra, rápido, mecánico, así es él, un triunfador mecanizado, una pieza más de la cinta transportadora pero: “una pieza importante”, se dice por las mañanas cuando se mira al espejo.
Violencia latente, una revolución es un retorno de lo postizo a lo real. Basil tiene todo en orden sobre la mesa: la taza de té a la izquierda arriba, bocadillo a la derecha, libro, gafas y gorra izquierda abajo, bolígrafo barato de publicidad y servilleta arrugada y medio sucia derecha abajo. Todo según su orden. El camarero llega y con rapidez de camarero que acaba su turno, le quita la taza de té casi terminada y la servilleta que debía permanecer con él hasta el final de la visita al bar: violencia latente, Victor Hugo, y la perrita que no deja de mirar al triunfador: Je!, buena pareja para escribir algo, piensa Basil mientras se lamenta de que el camarero rápido y puntual le haya jodido el ratito. Basil se levanta y pide la cuenta, no le gusta que se la lleven a la mesa, paga y hoy no deja propina, el camarero ya se fue, se llevó la culpa y también su gratitud.
Antes de salir mira desde la puerta el cielo, hay nubes de lluvia y debe elegir entre gafas de sol o gorra. Aprieta fuerte el libro con la mano izquierda y la gorra con la derecha, algunas gotas mojan los cristales oscuros. Desde que descubrió lo bien que le sienta el té a su gaseoso estómago, se ha hecho un bebedor empedernido, un ilustre diletante.
2 comentarios:
hola, me gusto este posteo
un saludo
es una pena que el camarero le haya jodido el momento de inspiración al ilustre diletante,hubiera salido una historia realmente interesante entre la perrita maltratada y el triunfador, anímese hombre, humano, diletante, recuerde el momento y escriba
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