Ellos



¿Qué es la felicidad?

La ausencia de miedo

















miércoles, 24 de agosto de 2011

Ciencia, técnica, artilugios y cuentos

Me desperté con la resaca de la discusión de anoche, eran las 7 de la mañana. El fax vacío, el móvil sin mensajes, el ordenador con el salvapantallas, sin correo, el silencio que se apoderaba de las cosas, el presentimiento de la mala suerte, el olor a rancio.
Nadaba entre el tufillo a drama desde el miércoles, las traducciones del checo habían desaparecido de una carpeta que nunca muevo a dios sabe dónde, los mensajes enviados tardaban en salir, los entrantes a veces no se podían leer, pasaba más tiempo cancelando impresiones que si lo hubiese escrito a mano.
Otro amanecer. Miré hacia la cama –sin perder de vista la pantalla-, para contemplarla durmiendo, todavía inocente y desarmada antes de la trifulca del próximo desayuno entre colillas de la madrugada de ayer y los calcetines sucios. La vida es un asco, miraba hipnóticamente entrar información en la pantalla y la inquietud cada vez más real me llevaba al convencimiento de una energía destructora infiltrada a través de adsl por toda La casa, en forma de virus y bacterias, saturando el aire de partículas ofensivas en suspensión, trayendo mugre a la cama, destruyéndolo todo, no sabía nombrar lo que había penetrado en ella y yo, convirtiendo nuestros cuerpos en no compatibles. A través de la ventana se veía sol en el exterior.
Suena el móvil, malas noticias, la traducción de rumano es una porquería que habrá que reelaborar otra vez, la traductora de húngaro se ha fugado con el marido de la directora general de Londres, todo lo que podía haber salido mal ha ocurrido. Cosme me comenta el tamtam del día: recortes de personal. Piénsatelo bien, podemos largarnos antes de que nos echen y formar nuestra propia empresa, y voy y le digo que sí, que puedo aportar el cincuenta por ciento, ya sé que todo es mentira y, sin embargo, me da una sensación muy bonita de seguridad.
Voy a la cocina, entre el montón de platos sucios y vasos con pelusa encuentro una taza aparentemente inocua, aquí podré beber la última sopa de paquete (doce verduras) que hay en la casa. Hace mucho tiempo que ella no va a la compra.
Cuando estoy sorbiendo la sopa sonó u ruido en el ordenador como el gruñidito de un cerdo, y la pantalla se volvió negra. Terror.
Unas horas más tarde, estoy en la cama, pensando, machacándome el cráneo. ¿Cómo me he metido en esto?. Es difícil decir cuál fue el principio, quién tiene la culpa, cómo iba a ganarme la vida si no. Las sábanas tienen un tacto como de mermelada y huelen a podrido, las cortinas de la ventana se mueven, se que hace viento fuera.
Antes de acostarme limpié bastante bien los restos de diarrea del váter y de las paredes del baño, así ella no podrá echarme la bronca por esto, sino por otra cosa. Ni siquiera me apetece pegarme a su piel, su espalda parece un aparador de formica abandonado en la calle. ¿Y si me tocara la bonoloto?. Me iría sí o sí con Cosme a Chichiriviche, varar olas y ver culebrones, eso estaría bien; mientras pasa la película en mi imaginación me pongo los cascos para oir a Jimi Hendrix, after midnight.
Suena el móvil insistentemente al mismo tiempo que el fax, estarán desquiciados preguntándose por qué no estoy currando, traduciendo la mierda eslovaca que me tiran desde el adsl, deben de haber pensado que me he muerto.
Ella se ha levantado, va dando tumbos entre las dos sillas, la mesa, la cesta de la ropa sucia, pisa varios cables enchufados al equipo informático, arrancándolos, pero no voy a levantarme por eso. Me mira muy extrañada, a pesar del sueño y del asco está sorprendida, me mira a los ojos por primera vez desde hace semanas. La veo entrar en el baño, espero un grito que no llega diciendo eres un cabrón, vete de una vez, sólo se oye el ruido de la ducha y después del secador, cuando sale del baño se sienta a mi lado y me dice: te voy a dejar, sin lágrimas, sin gritos, se viste y se va a la inmobiliaria, a trabajar, y yo me quedo aquí, tirado en la cama como un gilipollas, pensando si esta vez será la de verdad. Cojonudo.
Afuera sigue el viento, como se han acabado las sopas de sobre ataco un paquete abierto de pistachos y el resto de pizza de ayer. Sentado frente a la pantalla, mis ojos lloran de miedo y cansancio, levanto el vaso de ginebra con coca cola pero ya no queda nada, me levanto a buscar algo para comer, termino un paquete de galletas Príncipe y me sirvo otra ginebra, me están entrando ganas; voy al baño y ojeo las revistas guarras que escondo en el paragüero, mientras muevo los dedos sobre mi polla calculo mal y echo parte de la leche sobre los cepillos de dientes, en fin, cuando se seque ya nadie se dará cuenta.
Vuelvo al ordenador, al abrir una carpeta veo todos los archivos destruidos, imagino que habrá cientos de backdoors entrando y saliendo, deslizándose arriba y abajo, arrasando información y quemando todo a sus paso de madrugada, mientras yo dormía. Estoy acabado, voy a llamar a Cosme, que avise a los checos que dejo el trabajo, que me largo, es decir que me quedo.
Al girarme para coger el móvil veo en la esquina de la cocina un montón de bolsas de basura apiladas. ¿Cuántos días llevarán allí?. A veces apesta toda la casa y debe ser por eso, quizás pueda camuflarlas en el cuartito que hay detrás del ascensor y así no tengo que bajar hasta la calle, sé que estoy al límite, que ella no va a perdonar esta vez. Ha parado el viento, las horas pasan y soy incapaz de moverme de la cama, tengo hambre pero ya se me pasará, me he tapado con todas las mantas y estoy sudando aquí debajo, en la oscuridad.
Ella vuelve del trabajo, se sienta en la cama y habla de espaldas a mí, de su carrera de biología con especialización en saurios terminada con sobresaliente, de lo aburrida que está de la inmobiliaria, de aquel viaje que hicimos a Tánger cuando éramos pobres de verdad, a comprar artesanía que luego vendimos a los suegros ricachones de Cosme, yo también me acuerdo de cosas, le interrumpo. ¿Sabes que a veces pensaba que era absolutamente imposible vivir sin ti?, me pregunta sobre la posibilidad de dejar el trabajo para dedicarse a terminar el doctorado sobre el comportamiento metabólico de los iguánidos cubanos, yo podría ir a trabajar al cíber de la esquina y tratar de mantener este apartamento mínimamente ordenado y decente, le digo que sí, que todavía nos queda una oportunidad.

En recuerdo de:

Olga Hernández Herrera (1965-2011)

2 comentarios:

Riforfo Rex dijo...

El personaje, un desastre. El texto me parece magnífico

Jessi Casanova dijo...

Pues si, el texto es muy bueno. Pertenece a un libro de relatos de muchos autores, Fricciónes, en el que tb participa JRamallo, del 2007. Olga era una tía cojonuda con la que se podía hablar de todo,recientemente fallecida, este es un pequeño homenaje para ella. Me alegro que te haya gustado.