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¿Qué es la felicidad?

La ausencia de miedo

















viernes, 17 de febrero de 2012

Mostaza, sangre y cocaína


foto: Mami Winehouse

Siete hombres, una botella de whisky, otra de vodka, y dos de ron; hielo, limón, un poco de marihuana, pestañas postizas, tetas de calcetines, y algunas dudas: esta fiesta ya no es como antes, hay que ir con cuidado, saber con quién se bromea... y entre copa y copa se cuentan todas las leyendas urbanas que giran en torno a la misma, las malas: botellas de cristal tiradas al aire, cuchillas de afeitar entre los dedos que rajan piernas y brazos, ¿te acuerdas de la chica aquella a la que violaron y mataron en la alameda delante de todo el mundo?, ¿y al tipo que le cortaron el cuello y le sacaron la lengua, sí hombre, lo de la corbata? Con las primeras copas, antes de la borrachera, sólo se cuentan las historias malas. Después, poco a poco, grado a grado, aparecen las otras, las de sexo bueno, bonito, y barato; las de baile y diversión sin parar.


El reloj suena y es buena hora para irse, para sentir el frío y los olores de la calle. Alcohol, zotal, lejía, perfumes de todos los gustos y precios, meadas, comida... es el carnaval de noche, el de los gatos pardos, el de la policía que asusta, que da miedo, el de siempre... es La Fiesta, la de aquí, la que tenemos, guste más o menos, mucho o nada, y el camino hacia la reinvención no parece fácil, si es que acaso alguien ha pensado en ese camino.


Las barras de metal rojo llenan el centro de la ciudad. Barras baratas de bares caros que venden ron de garrafón y cerveza que sabe a rayos, señas de identidad del carnaval. Los Siete suben y bajan por la calle San José, y ahora ya son cinco. Seis se quitó la peluca y se quedó en una esquina besándose con una gata, y Siete desapareció entre saltos con un grupo de hippies que le prestaron unas gafas de sol para el momento haz el carnaval y no la guerra. Cuatro y Cinco tienen ganas de mear, no se marchen, esperen aquí que ya volvemos, les dicen a Tres, Dos, y Uno.


De camino a los baños de plástico verde encuentran un portal. Una chica disfrazada de demonio parece custodiarlo, en esta esquina estamos nosotros, les dice y señala a un chico y tres chicas que están detrás de ella, pegados a la puerta de cristal. Ahí podéis mear si os da la gana. Cuatro y Cinco mean donde la demonio les dijo, al otro lado, y el orín entra por debajo de la puerta de cristal. La guardiana se ríe mirando a los dos mear, y luego se gira y se mete su parte de coca, la que su amigo reparte entre los demonios del grupo, entre los colegas. Ahh, dice la demonio, y los ojos se le llenan de lágrimas de alegría; el amigo, detrás, limpia con la lengua un DNI.


Vamos a un cajero, tengo que sacar dinero, dice Cinco. Suben la calle y les llega el olor a perrito caliente, a salchicha, a cebolla, a mostaza dulce. Un carrito hamburguesería y gente masticando por fuera, el hambre desatada por la bebida. Se miran y sin hablar deciden que no, de momento nada de comida, pero entonces pasa algo que los detiene allí: un hombre cae redondo al suelo. En una mano su perrito, y en la otra su bebida. En el suelo comienza a salirle sangre por un oído y la mujer que lo acompaña se pone a llorar y a gritar, no cree lo que está pasando. Mucha gente lo rodea, alguien le coge la muñeca, le toma el pulso y lo coloca de lado, tiene los ojos abiertos pero no está despierto, del oído sigue saliendo sangre, su cara se cubre de una tela de araña roja.


Cuatro y Cinco sacan dinero y ven pasar las luces de la ambulancia. Deben volver con sus amigos. Ya no tienen hambre, se marchó hasta que salga el sol, pero en el carrito muchos siguen masticando y el suelo sigue oliendo a carnaval, a meados, a whisky, a mostaza, sangre y cocaína.


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publicado el carnaval del 2009

(periódico La Opinión de Tenerife)

JRamallo

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